

Durante mucho tiempo la ciencia, especialmente la psicología, la psiquiatría y la medicina, se enfocaron en el estudio de los procesos patológicos del ser humano, los estadios degenerativos y crónicos que supone el avance de una enfermedad para intentar comprender, explicar y eventualmente curarla.
Gran esfuerzo y cantidades importantes de dinero se han destinado a esta noble misión. Por ello, enfermedades otrora incurables y muy severas, como las infecciones, las epilepsias e incluso ciertos desórdenes mentales, tienen ahora un tratamiento más o menos efectivo. Pero, en honor a la verdad, muy poco se había hecho hasta la década del 80 del siglo que nos precede en relación a nuestros aspectos positivos, al cultivo de nuestra salud y bienestar, a lo que la OMS denomina “promoción de la salud”. No es lo mismo prevenir una enfermedad que propiciar un estado de bienestar. Son complementarios, pero no iguales.
En el ámbito de las Ciencias Sociales hemos asistido a la emergencia de conceptos como los de “inteligencias múltiples” (Gardner), “inteligencia emocional” (Goldman), “sentido de eficacia” (Bandura), resistencia (Kovasa), “resiliencia” (Cyrulnik), “autopoiesis” (Morin) y “atención plena” (Kabat-Zinn), entre otros, y así hemos empezado a entender que, en el desarrollo de nuestra mente y emociones, está la posibilidad de cultivar un mayor bienestar.

Mente y cerebro
Si bien están emparentados, mente y cerebro no son lo mismo. La mente es el proceso dinámico de manejo de información que nos llega desde diferentes puntos: el mundo externo, nuestras sensaciones y nuestros pensamientos. Llega por ejemplo un dato de nuestro organismo, como un dolor de estómago: nuestra mente recibe la sensación y procesa eso como un malestar, una incomodidad, una amenaza. Lo relaciona con experiencias pasadas y decide (consciente o inconscientemente) un curso de acción, que puede incluir un estado emocional.
El cerebro es el órgano social del cuerpo, la base estructural de nuestros procesos mentales que se encuentra entre las paredes del cráneo, como corolario de nuestro sistema nervioso. Podemos clasificarlo en áreas (frontal, parietal, temporal y occipital) y tener en cuenta que en él se establecen millones de conexiones neuronales que nos permiten ser quienes somos.
Ahora bien, sabemos que, según la respuesta mental que se produzca, se activan distintas áreas de nuestro cerebro. Por ejemplo, si estamos haciendo malabarismos, lanzando pelotitas al aire, estamos estimulando principalmente la región posterior de nuestro cerebro, el área occipital, responsable de la visión, como asimismo zonas del llamado lóbulo parietal (de la mitad de la cabeza hacia atrás), que tiene como tarea procesar actividades sensitivas/interoceptivas.
En un experimento realizado hace ya algunos años, se entrenó a personas que no sabían hacer malabares para que puedan hacerlos con cierta pericia, durante 3 meses, y se observó un crecimiento de neuronas en la zona occipital debido a la estimulación constante de la visión. Eso se llama Neuroplasticidad, y supone que podemos cambiar y desarrollar nuestro cerebro (modelarlo) durante toda nuestra vida.
Características saludables en pacientes oncológicos
La psicooncología ha hecho, en estas últimas décadas, avances importantes en relación a estudiar los factores psicológicos asociados con la incidencia del cáncer, la respuesta al tratamiento, la calidad de vida y el bienestar psicológico de las personas que padecen esta enfermedad.
A partir de lo estudiado podemos empezar a pensar que hay ciertas características protectoras de personalidad hacia esta enfermedad, pero que también podemos desarrollarlas cuando no están, con cierto esfuerzo continuo durante un lapso determinado. Para ello, la psicoterapia se revela efectiva, como así también programas complementarios que incluyan terapia física, relajación, yoga, afrontación consciente de todas las vivencias cotidianas (por ejemplo, Mindfulness).
Hay dos conceptos interesantes en tal sentido. El de resistencia, de la Dra. Suzanne Kobasa, está relacionado con la forma particular de verse a sí mismo y al mundo. Según Kobasa, los individuos resistentes al estrés demuestran poseer, en un alto grado, tres características psicológicas: el manejo adecuado de situaciones, el compromiso y el desafío. Las personas que poseen la capacidad de manejar adecuadamente las situaciones que se les presentan en la vida tienen una fuerte convicción de que pueden ejercer influencia en su entorno y que pueden hacer que las cosas sucedan. Asimismo, el Dr. Martín Seligman ha estudiado diferencias en el estado de salud entre personas que podrían ser calificadas como básicamente optimistas o básicamente pesimistas en su manera de pensar sobre lo que les sucede. Estos dos grupos de personas tienen muy diferentes maneras de explicar las causas de lo que el Dr. Seligman llama acontecimientos “malos” que les suceden en sus vidas.
Una persona optimista que experimente el mismo acontecimiento podría verlo de una manera completamente distinta. La gente optimista no tiende a culparse a sí misma por los malos acontecimientos o, si lo hacen, lo ven como acontecimientos momentáneos, que se van a resolver.
Tienden a ver los malos acontecimientos como acotados en cuanto al tiempo y en cuanto a la extensión del daño que causan. En otras palabras se concentran en las consecuencias específicas de lo que sucedió y no hacen dramáticas afirmaciones y proyecciones globales para inflar el acontecimiento fuera de su proporción.
Ambas características personales pueden desarrollarse, aún en etapas de convalecencia o recuperación del paciente oncológico. Es factible pensar que el cerebro aún es plástico para generar modificaciones que permitan, a la persona, ser más flexible, resistente y optimista. De hecho, con la aparición de la enfermedad también suele surgir, luego de una angustia y un temor profundo inicialmente, una sensación de humildad y calma existencial que nos “habilita” a cultivar emociones que antes no habíamos explorado.
En cada uno de nosotros está la posibilidad de optar por una posición activa de búsqueda de recuperación de la salud. Y en acompañar la atención médica con una esperanzada capacidad de lucha e integridad personal.
