
Mis tres hijos y el terror a la muerte me ayudan a continuar con el tratamiento contra el cáncer que estoy transitando. Siempre dije que si esto me pasa es porque lo puedo superar.
Todo empezó en 2008 cuando en un control rutinario me detectaron un nódulo en una mama. Me hicieron varios estudios y me aconsejaron sacarlo ya que tenía antecedentes de cáncer en mi familia. Accedí y en la operación tuvieron que realizarme una cuadrantectomía. Más tarde, el médico me dijo que tenía cáncer lobulillar y me sugirieron operar los ganglios y la otra mama, que tenía microcalcificaciones. Resultó que los ganglios tenían metástasis y eso me llevó a quimioterapia que, si bien tiene muchos efectos colaterales, salva. Fueron seis dosis cada 28 días. En otro control descubrieron que en la mama izquierda había tumores nuevos y me volvieron a operar.
En abril del 2014 me detectaron dos tumores metastásicos en la columna a raíz del cáncer de mama. Se me vino el mundo abajo de nuevo. Yo creía que ya había vencido la enfermedad pero puede ser muy traicionera. Tengo mucha bronca y angustia pero no queda otra que seguir luchando. Me dan parches de morfina y una medicación nueva para el dolor que siento en las manos, rodillas y tobillos. Como consecuencia, caí en una depresión, lloro sin motivo, me angustio por las mañanas pero durante el día repunto. Por suerte, el último estudio PET salió bien y el tratamiento está dando resultados, pero estoy alerta.
La caída del cabello y la menopausia me devastaron emocionalmente. No estaba preparada. Sufrí la caída porque amaba y cuidaba muchísimo a mi cabello. Seguí el consejo de mi oncóloga quien me dijo que comprara una peluca para que nadie sintiera lástima de mí y yo pudiera verme mejor.
La quimioterapia afecta a todo el órgano reproductor femenino y me generó menopausia prematura. Al momento de ser diagnosticada, mi menstruación era normal pero cuando supe que ya no iba a menstruar más me sentí dolida, dejaba algo que es parte de ser mujer.
Después de la primera quimioterapia no menstrué más y, aunque no pensaba en tener más hijos, sentí algo interno muy fuerte, quizá porque terminó de manera abrupta. Estaba muy enojada: a la mutilación en las mamas se sumaba la falta de una trompa de Falopio y un ovario, y ahora la menopausia prematura. Pero pude aceptarlo gracias a que trabajé el tema en terapia y con la psicooncóloga. Por suerte no sentí cambios hormonales ni tuve los famosos sofocones. Incluso, hay mujeres que creen que es bárbaro porque es algo menos de lo que ocuparse, pero cada una lo vive distinto, es muy personal. Yo siempre pregunté todo a los médicos y sabía que dejaría de menstruar. La oncóloga explicó lo que había pasado y lo que iba a venir. Hay que preguntar cuando uno quiere saber. Cuanto más se sabe, más fácil es vencer al enemigo.
Es cierto que para muchos el cáncer es la muerte. Para mí es fue como un tsunami: entra, devasta y se va.
De todas formas, creo que volví a ser yo misma y esta experiencia me enseñó a pedir, a aceptar la ayuda como me la da el otro y a decir que no. Pienso que vivo con la enfermedad, después de cinco años porque me pude adaptar y aceptar la situación.
No elegimos lo que nos sucede pero sí podemos escoger qué hacer con aquello que nos sucede.
