

Marcos siente que buena parte de su vida fue temeroso, siempre se sintió en alerta y tuvo dificultades para afrontar situaciones simples de la vida diaria. Un temor insidioso matizó momentos en los cuales podría haber sentido un estímulo agradable, pero no pudo. Por ejemplo, su primer examen en la facultad, sus salidas a la discoteca o los diálogos íntimos con sus amigos. Cuando hizo terapia siempre llegaba al mismo punto: un vínculo de dependencia y sobreprotección con la figura de un padre muy exigente y una madre invasiva.
Podríamos decir que en su cerebro, el denominado cerebro límbico, tuvo una intensidad indeseada. El sistema límbico tiene la función de activar las emociones más primitivas que nos permiten actuar en determinadas situaciones: el miedo y el enojo, por ejemplo. Cuando sentimos cualquiera de los dos es porque este sistema se activa (neuronas de este sector “se encienden”) para luego facilitar una reacción del organismo lo más rápida posible.
Se han hecho estudios con niños que fueron abandonados por sus madres y luego institucionalizados, y se ha reportado una activación importante de una región profunda del cerebro límbico llamada amígdala. Los padecimientos han dejado, por tanto, una huella en el cerebro: las emociones intensas tienden a aparecer en el contexto de un umbral alto de sensibilidad.
Pero los seres humanos también tenemos dos cerebros más, según Paul Mc Lean: el que llamamos reptílico, el más antiguo que surge desde lo alto de la médula espinal y regula muchas funciones básicas para el organismo como la respiración y la temperatura corporal, y el cerebro humano (el neocórtex) la adquisición más novedosa y revolucionaria de nuestro órgano social.
El neocórtex tiene a su cargo las funciones más importantes relacionadas con el procesamiento de estímulos, las vías motoras, la comprensión de nuestro mundo, la planificación de nuestra vida, la moralidad y la regulación de nuestras emociones básicas. El cerebro prefrontal, la parte más avanzada de nuestro neocórtex, tiene conexiones directas con el sistema límbico (y la amígdala), está muy cerca topográfica y funcionalmente por lo tanto lo modula, lo controla, lo contiene… ¿qué significa esto? Que si encontramos la forma de activar el cerebro prefrontal, de encontrar una vía para desarrollarlo, éste puede lograr cierto control e impactar en la impulsividad y “primitivismo emocional” del límbico. Grandioso, ¿no?

Neuroplasticidad
Cuando activamos ciertas zonas del cerebro (redes neuronales) estamos abriendo el camino para que esa activación se repita más adelante. Actuando así, vamos poco a poco generando cambios en el cerebro. A este proceso se lo llama neuroplasticidad: el cerebro puede modificarse a sí mismo a partir del entrenamiento.
En un estudio en aquellas personas que entrenaban malabares, al cabo de algunos meses, se demostró que ciertas zonas de la corteza visual estaban más activas que antes del entrenamiento. ¡El ejercicio de hacer malabares estimulaba estos sectores!
Atención plena y cerebro
El entrenamiento que llamamos atención plena (mindfulness), que consiste en estar más atentos en cada momento, sin dejarnos arrastrar por las corrientes mentales de pasado-futuro y de apego (a lo que nos gusta)- rechazo (a lo que no), produce cambios en el cerebro.
La persona desarrolla áreas prefrontales del neocórtex que parecen estar vinculadas con lo que llamamos “emociones positivas”, como la compasión, la paciencia, la ecuanimidad… Davidson (2001) estudió en principio a monjes meditadores que tenían una larga práctica y encontró niveles inusuales de activación neuronal de ese sector, mientras que disminuía la activación de una zona del córtex derecho (área asociada a estados depresivos) y del sistema límbico.
Luego, el mismo Davidson pero esta vez con Kabat-Zinn (2003) estudió el impacto en cerebros de personas comunes que habían tomado un programa de atención plena de dos meses: ¡También aparecían cambios en sus áreas prefrontales!
Transformar nuestros cerebros es una tarea necesaria con el propósito de propiciar estados de mayor bienestar y salud. Las prácticas que permiten este cambio son aquellas que nos conectan con nuestro cuerpo, que brindan calma a la mente y nos enseñan a estar en el presente. La atención plena, el yoga, el tai chi o el Chi Kun son ejemplos de esto.
Pocas cosas son tan importantes como gobernar nuestra mente a partir de la activación de nuestro cerebro. Comprenderlo es vital.
